martes, 9 de diciembre de 2008

Un ensayo de Amor

En una noche de lluvia y con un silencio que profesaba soledad, sentí el tembloroso llamado de su persona; no quise imaginar por que me sonrío o aun peor si me necesitaba, solo recuerdo que mi primera acción fue coger el teléfono y llamarla… Ella muy distante de mí y en un ambiente que rogaba céfiros gélidos, pues atendió mi llamada. La verdad no se que mal se apodero de ella que luego también se apodero de mi, solo recuerdo que la charla hizo gala de consejos meditabundos y de alabanzas sin razón, pidiendo excusas a lo perdido y justificando al Amor que se sanciono.

Comenzamos con una leve pelea de recuerdos; luego poco a poco sentíamos que nada ha cambiado entre nosotros y que por más tiempo muerto que haya, siempre vivirá en nuestros corazones la esencia de tal escolar Amor. Ella, inquieta y con el orgullo dentro de sus sabanas quería evitar escuchar mi voz y yo, acongojado de tanta indiferencia estaba sentado al costado de su Dios, esperando que crea en mí.

Recuerdo que a cada momento ella repetía que la gente chismosa es tan solo un pasatiempo del demonio, pero que a la larga causa mucho dolor… También decía que mi terquedad es lo que mas le incomoda y que mi pensamiento a la deriva es lo que mas le aterra y aunque no quiso hablar de Amor se que el Amor que siente hacia mi esta aun en sus venas como un glóbulo blanco o quizás rojo, pero que en exceso o deficiencia siempre enferma… Que más puedo decir de tal momento que sus cuerdas vocales moldearon en mí como un pedazo de barro, si aun faltan líneas para tan genial acción pues creo que el tiempo la premiara.

Ahora solo necesito una docena de pastillas para dormir, ya que el trago y sus sinceras quimeras hicieron de mí un ebrio enamorado y aunque la resaca sea eterna pues siempre sonreiré a la necesidad que me dejo… Esa bendita necesidad de ser amado…

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